Crónica realizada por Isabel Merino
Hemos leído este libro, que a nadie ha dejado indiferente. A
unos les ha gustado, pero no lo recomendarían; a otros no les ha enganchado; una
colega no ha sido capaz de seguir leyendo; a otras nos ha gustado y lo recomendaríamos.
Me encantaría que viviesen el mismo chute de viaje vivido más
allá de mi realidad.
Ya el título es muy sugerente, extraído de un poema muy
hermoso y revelador. Diferentes poemas inician los capítulos llenos de
denuncias que solo enuncia.
Es un libro que te transporta al ritmo de cada una de las
criaturas que habitamos la tierra a través de sus vivencias, de su forma de ver
y compartir el espacio, tomando consciencia de otras formas de vida.
Se plantean muchos temas profundos sin apenas nombrarlos. Al
menos la autora intenta ver el mundo desde un prisma no egocéntrico ni
antropocéntrico, y hacernos sentir y cuestionarnos sobre la forma de habitar el
espacio a compartir, la soledad, la memoria, la migración deseada, la forzosa,
las diferentes formas de violencias contra el hábitat, contra seres vivos, pero
también la complicidad, el amor, la amistad interespecies. Todo desde
una mirada que te brinda la oportunidad de ver el mundo con ojos de unas
perras, de una tángara escarlata, de un escarabajo o una puerca espín. Algunos
animales tienen nombre propio; algunas personas ni tan siquiera.
A través de sus palabras envolventes con cierto tempo poético
te eleva y acabas imaginando ser Kati o Mona, y sientes en propias carnes sus
vicisitudes, sufres, gruñes, huyes, y te lames con ese lametón que todos
hubiésemos necesitado para seguir con más seguridad. El hogar, el abandono, la
no pertenencia, el querer.
Con la tángara escarlata he volado a su lado, he sufrido lo
indecible. He acompañado a ese hombre con su nieta a enterrar aves extenuadas.
He sentido el aire, la tormenta, el horror de los edificios que matan de
agotamiento, el deseado refugio en la copa de un frondoso árbol, su hogar, que
cada vez cuesta más encontrar en las rutas migratorias, unas deseadas otras
forzosas, unos surcando los aires, otros viviendo por años en zulos por ser
migrantes y estar sin papeles, ambos con el miedo siempre asechando. El valor y
la fuerza de generaciones de tángaras y otras aves surcando los cielos son
inexplicables, y cada vez están más mermadas sus hábitats, sus moradas que
habitan de forma fugaz sin sentido de pertenencia, pero necesarias a lo largo
del camino.
El escarabajo y el puerco espín con sus circunstancias
vitales te hacen sentir la cortedad de la vida, el desarraigo, la orfandad, el
apego a tu entorno, a la tierra. La humana que entrega a la puerco espín a un
centro de recuperación para la fauna demuestra un amor entrañable, de esos
amores interespecies inconcebibles.
Los personajes viven más pendientes de los animales que los
animales de los humanos; algunas de estas personas con sus vidas resueltas,
pero solitarias, otras arrastrando la dureza de una vida sin comodidades ni
libertades (solo por el hecho de ser migrante o pobre), la incoherencia de
poder parar un aeropuerto para dejar pasar miles de aves y no ser capaz de ver
a tus padres vivir en paz por no tener papeles, conseguidos para ella, pero no
para sus parientes. Todos buscan en la naturaleza dar sentido a sus vidas y
sentirse menos tristes y solitarios.
Todos pendientes de un mundo cada vez más hostil para
cualquier ser vivo.