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miércoles, 1 de julio de 2020

Lluvia fina o la memoria líquida de la tribu



Hay algo en la fisiología humana que hace resonar, como un armónico, los fenómenos atmosféricos en el alma. Por eso, para los griegos era Zeus, padre de dioses y hombres, el amontonador de nubes. Por eso también, el grado cero de conversación, eso que los ingleses llaman small talk, es para los españoles hablar del tiempo. Porque a un «¿qué tal?» siempre cabe responder un «parece que va a llover». Y claro, la lluvia puede ser a cántaros, puede jarrear, e incluso llover a mares; y también puede, como decía Borges en un famoso soneto, llover minuciosamente


Para Aurora, la protagonista de Lluvia fina, la vida es un constante y minucioso calabobos en forma de familia política. Una familia, la de su marido Gabriel, sostenida sobre el suelo pantanoso de las mentiras y las medias verdades; es decir, una familia de toda la vida. Los problemas amorosos de Sonia, la mayor, los delirios rebeldes de Andrea, la mediana, o la frustración intelectual del propio Gabriel, el más pequeño; van dibujando la figura de una madre autoritaria cuya fiesta de cumpleaños será la excusa para abrir la caja de los truenos.


Es esta una novela de la escucha. A lo largo de la narración, Aurora es nuestros oídos, la guardiana de los relatos de unos y otros y el medio por el que Luis Landero va filtrando un agua cada vez más turbia. Como miembros de una civilización levantada sobre la escritura, tendemos a olvidar el influjo de la oralidad, de las aladas palabras que, como señala Landero, nunca son inocentes ni tampoco fácilmente se las lleva el viento. Esta oralidad es recogida brillantemente por el autor, que nos hace pasar varias veces por las mismas historias desde versiones contradictorias, pues lo propio de la comunicación puramente oral es precisamente la imposibilidad de fijar una verdad absoluta y sin fisuras. Así, en esta novela de relatos cruzados, la verdad es Alicia (del griego aletheia: «la verdad»), la hija de Aurora; es decir, la verdad no habla porque es una niña con afasia. 


Precisamente porque nuestra identidad se construye sobre las historias que nos cuentan y nos contamos a nosotros mismos, se hace patente la necesidad de esta labor de la escucha, muchas veces ingrata, pero sin la cual estamos condenados a no llegar nunca a entendernos. Asistimos en Lluvia fina al proceso por el cual la memoria de la tribu se va rompiendo por las costuras de aquellas palabras que se dijeron de más, pero, sobre todo, de aquellas palabras que nunca se llegaron a decir. Pues hay también grandes y sonoros silencios en esta novela y, sobre todo, la terrible sospecha de que tal vez no exista familia ni sociedad que no tenga como fundamento el clamor de lo que no se dice.