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miércoles, 25 de enero de 2023

Javier Padilla coautor de "Malestamos: cuando estar mal es un problema colectivo" en el IES Pradolongo


 Javier Padilla, es médico de familia y actual diputado en la Asamblea de Madrid por Más Madrid, y junto a Marta Carmona, psiquiatra en la salud pública y miembro de la Asociación Madrileña de Salud Mental, son los autores de este interesante ensayo.

“Malestamos: Cuando estar mal es un problema colectivo”, este es el título de la ultima lectura en la que nos hemos embarcado. Un “pequeño” ensayo sobre la salud mental, los problemas que nos abruman y que no solo podemos atribuirlos a la falta de salud. Pese a su tamaño, este libro aborda muchos relatos, la falsa meritocracia, el exceso de culpa, la falta de arraigo, etc.… y de la mano de uno de sus autores, Javier Padilla, volvimos a disfrutar de estas lecturas colectivas y físicas que tanto echábamos de menos.

Gracias a Javier Padilla por su generosidad y por comentar este interesante ensayo con nosotros.





G



lunes, 2 de enero de 2023

"Malestamos: Cuando estar mal es un problema colectivo" de Javier Padilla y Marta Carmona

Feliz año nuevo Tertulianos, estrenamos el año con "Malestamos: Cuando estar mal es un problema colectivo".




TÍTULO: MALESTAMOS

AUTORES: JAVIER PADILLA / MARTA CARMONA

EDITORIAL: CAPITÁN SWING

NÚMERO PÁGINAS: 112





Un sentimiento recorre nuestras vidas. No es ansiedad, no es depresión, no es euforia ni inquietud. Es, simplemente, que estamos mal. Vivimos en sociedades que hablan de salud mental pero que, en realidad, están hablando de un conjunto de conceptos entremezclados: desesperanza, cansancio, falta de expectativas, estrés, preocupación y dificultad para saber cuándo se acabará ese sentimiento. El malestar del que hablamos tiene mucho que ver con la incapacidad de imaginar un futuro que sea realizable, con la falta de certezas sobre lo que ocurrirá mañana o sobre el reflejo que nos sale al pensar que lo que venga será siempre peor que lo que ya pasó. Ante esto, la primera pulsión de la sociedad parece ser la patologización de ese malestar, ya sea por la vía de la terapia o del psicofármaco. Una opción alternativa, pero igualmente frecuente en ciertos ámbitos, es la negación de la singularidad del sufrimiento y la llamada a la politización como respuesta única posible.





CRÓNICA COMPARTIDA DE "LA VERGÜENZA" POR ROSA MUÑOZ Y JOSÉ MANUEL CACHINERO

La vergüenza de Annie Ernaux (y la nuestra)

“Siempre he escrito de mi y fuera de mí, el “yo” que circula de libro en libro no es asignable a
una identidad fija y su voz está atravesada por las otras voces, parentales, sociales que nos
habitan”. Annie Ernaux, Ecrire la vie, Gallimard, 2011
Para muchas era la primera vez que leíamos a esta autora. Algunas caímos fascinadas, otras se
sintieron sorprendidas y algo decepcionadas por el contraste entre la intensidad de lo
acontecido en las primeras líneas y la distancia y objetividad con que continua su relato. Las
que ya la conocían de antes de que se le concediera el Premio Nobel resaltaron entre sus
otras obras El acontecimiento (sobre su aborto ilegal y clandestino) que ha sido llevada al cine,
aunque a lo largo de la tertulia aparecieron otras muchas: La mujer helada (sobre su vida
como esposa y madre), La ocupación (sobre la ruptura de su matrimonio), El lugar (dedicada a
la figura de su padre), Una mujer (donde el personaje fundamental es la madre), La otra hija
(sobre su hermana mayor fallecida antes de que ella naciera y a la que sustituyó). Sea lo que
sea la autoficción en literatura, es evidente que Annie Ernaux escribe sobre su vida aunque lo
más interesante es cómo lo hace.

Ernaux reivindica el carácter ético y político de sus obras y utiliza distintas expresiones para
caracterizarlas: relato autosociobiográfico, yo transpersonal, aproximación etnográfica a su
vida, estilo plano de lengua material reducido a lo esencial y sin metáforas ni florituras. Son
pistas para comprender mejor el denominador común de unos libros que tienen un aire claro
de familia aunque presentan un recorrido particular que diferencia cada uno de ellos.

Pero volvamos a La vergüenza. El libro comienza con la intensidad de un hecho traumático: el
15 de junio de 1952, cuando ella tiene 12 años, su padre está a punto de matar a su madre con
un hacha. Nunca habló de ello con sus padres. Poco después hizo la primera comunión y
también un viaje con su padre a Lourdes en un grupo organizado por decisión de su madre. La
niña que era en ese momento la autora se siente incapaz de juzgar moralmente lo ocurrido,
considera que no hay culpables, aunque lo reconoce como el momento decisivo en el que
aparece una vergüenza permanente que nunca dejará ya de sentir: éramos diferentes. La
adulta que escribe La vergüenza reconoce que uno de los objetivos de la novela es despojar
esa escena de su capacidad de paralizarla, ponerla en movimiento para que dejara de ser un
icono sagrado.

Aunque su escritura se base siempre en la observación distanciada y etnográfica de momentos
de su vida, es difícil no pensar que el extrañamiento respecto a sí misma se acrecienta en esta
novela tanto por la lejanía en el tiempo del momento que trata como por el desplazamiento
que el acontecimiento innombrable produjo en su forma de sentir y percibir el mundo en el
que vivía.

Sin embargo, y de ahí la perplejidad expresada por algunas compañeras de lectura, el libro
reconstruye de forma fría y utilizando distintas fuentes objetivas (fotos, periódicos, archivos,
canciones, anuncios publicitarios) lo que ocupaba la actualidad provincial, nacional e
internacional en aquel momento, el urbanismo del pueblo que expresa las diferencias sociales
de sus habitantes, la rutina del colmado que regentan sus padres, la organización de la vida en
el colegio privado y las normas por las que se establecen las relaciones entre sus alumnas, el
papel de la religión en la educación y en la vida social del pueblo. Todas coincidimos en el
reconocimiento de muchas escenas, sensaciones y memorias de la infancia a pesar de que la
autora pertenece a una generación casi 20 años alejada de las mayores de nosotras.

Muchas de las presentes también nos reconocimos en las emociones de vergüenza originadas
por la pertenencia a una clase social más baja que la de sus compañeras de colegio y en la
necesidad de demostrar nuestro valor (ella habla de excelencia) para hacernos perdonar por
estar dónde no nos hubiera tocado estar. Aunque el papel de la vergüenza en nuestra
socialización podría haber tomado otras formas, la mayoría nos reconocimos en las que la
autora describe: esa impresión de que todo es siempre demasiado caro o, de manera más
precisa y afilada, la humillación que siente cuando la madre abre la puerta en su sucio
camisón al volver ella con retraso de una excursión acompañada de una profesora y sus
compañeras. Y lo peor de la vergüenza sin embargo es que cada uno cree que es el único en
sentirla y que no tiene fin. Nerea introdujo una interesante reflexión sobre la vergüenza
colectiva ante lo que ocurre en lugares como Ucrania o Irán y como esta es más fácil de
olvidar, tiene otro tipo de raíces en la memoria que nos constituye.

La pregunta al terminar de leer el relato es si verdaderamente el hecho traumático del 15 de
junio de 1952 es tan decisivo en el origen de su vergüenza o sólo es un catalizador que
estructura y la hace más real si cabe otro montón de experiencias y rutinas.
Dejo muchos comentarios interesantes en el tintero porque es el momento de ceder la
palabra a un compañero (nos faltasteis Cachi y Lorenzo y se os echó de menos). Creo que
todas éramos conscientes de que compartíamos con la autora experiencias propias de niñas y
mujeres, aunque no sólo. Y nos interesa mucho conocer cuál ha sido la recepción de este libro
por parte de nuestros compañeros de tertulia.

                                                                                                                      Rosa Muñoz


La vergüenza de Annie Ernaux (y de los Nobel)

No soy muy amante de leer escritores premiados por el Nobel, y si de descubrir escritores por recomendaciones sin que vengan "contaminados" por la vitola del premio, además me parece injusto,  quedan tantas carreras literarias en el arcén, aparcadas sin saber muy bien porqué motivo. Supongo que son prejuicios míos, pero esto me hace ser más exigente y precavido con estas lecturas.

En el caso de Annie Ernaux, ella se declara una "etnóloga de ella misma" y con La vergüenza, me parece una expresión muy acertada. Comienza el texto con una frase tan intensa como magnética "Mi padre intentó matar a mi madre un domingo de junio.", nos lanza el cebo y consigue que no lo soltemos, pero la intensidad se queda en el primer párrafo, porque luego la narración se atempera para volverse más reflexiva, Nos introduce en su narración, a caballo entre la introspección de su memoria y una pequeña narración costumbrista de la sociedad de la Normandía en los años posteriores a la finalización de la II Guerra Mundial, donde las formas  primaban por el que dirán y donde el peso de la religión encorsetaba el día a día de la población. La narración es un tanto fría y aséptica, sin adornos extraordinarios.

Es mi primera lectura de la autora y tengo que decir que esta novela corta me ha gustado, el problema ha sido cuando he intentado leer algo más de la autora y me embarqué en Una mujer, entonces Annie Ernaux se me presentó como una autentica "trilera" (todo escritor de ficción no deja de ser un trilero que nos embauca con sus historias), porque en cierto modo me estaba contando algo muy parecido aprovechando otra historia personal, en este caso el duelo de su madre y las fotografías de ella que guardaba en su memoria.

Seguiré buceando en la obra de Annie Ernaux e intentaré sacarle más jugo a sus novelas, pero volviendo al principio, sin entrar en comparativas, ¿no se merecía más el premio nuestro admirado Javier Marías?, quizás si, pero pienso en los nuevos lectores que le descubran, de su disfrute y entonces recuerdo en La (des)vergüenza de los académicos de los nobel, y pienso ¡que les den...!

                                                                                                                  José Manuel Cachinero