Crónica realizada por Lorenzo
Betty es uno de esos libros que va a tú encuentro.
Fue la recomendación de una librera de Castro Urdiales lo que me llevó a leer
una historia muy fuera de mis límites geográficos, culturales y de época, pero
que me llegó al alma, esa que habita en nuestra nariz.
Tiffany McDaniel escribió este libro con tan sólo 18 años.
Layla Martínez nos cuenta en su prefacio que Betty fue su primera novela. Nadie quiso editarla.
Los agentes literarios le decían que era demasiado oscura, demasiado personal y
demasiado femenina. Le aconsejaron que eliminara todas las referencias a la
menstruación para no incomodar a los lectores, que añadiera relaciones
románticas para atraer al público femenino y que cambiase la voz de la
narradora por una masculina para vender más. Varios agentes ni siquiera
creyeron que las mujeres de su familia hubieran pasado por todo aquello. Pero
Tiffany es la hija de Betty, la contestataria, la rebelde, la que es capaz de
enfrentarse a todo un sistema educativo vistiendo pantalones cortos y decirle
al director del colegio que las mujeres no tienen ninguna responsabilidad sobre
los pensamientos lascivos de los hijos de las mejores familias de Breathed.
Tiffany, al igual que Betty, no necesita que le regalen flores y que la salven
de nada, porque ella es autosuficiente como para saber qué es lo que quiere contar y cómo lo quiere contar.
Entonces Tiffany, al igual que hubiera hecho Betty, se revolvió y escribió 8
novelas más en 2 años y una de ellas, El verano que lo derritió todo,
fue un completo éxito, permitiendo a la autora publicar por fin este homenaje a
su madre.
Pues sí, estas cosas que nos relata Tiffany les ocurren a
las mujeres y a las otras razas diferentes a la blanca. Por eso deben ser
contadas, por lo menos hasta que Dios apague las luces del mundo y no vuelva a
encenderlas hasta que todos, en tinieblas, comprendamos que somos iguales en
esencia. Pero Tiffany hace de la necesidad virtud y nos regala un libro con
magnificas descripciones del paisaje y del paisanaje, además de su tremenda
maestría a la hora de perfilar la psique de todos los personajes. La
naturaleza, el huerto, los Apalaches, el río, la ciudad, la casa. Esa casa a
medio derruir, hábitat de una familia en un equilibrio frágil entre el
crecimiento y la descomposición. La casa funciona perfectamente como metáfora
de su familia, con un padre maravilloso, Landon, intentando mantener en pie ese hogar en medio
de las tempestades que azotan sus muros, tempestades hechas de historias
truculentas que ha sufrido la madre de Betty, una mujer poseída por los
demonios de su familia, con el abuelo Lark como personaje maligno y depravado,
su propia madre anulada por dicho demonio colaborando en las atrocidades y un
hermano ahogado por un padre que no ve la viga en su ojo y obliga a comerse la
biblia, página a página, como castigo por ser homosexual.
La biblia está muy presente, esto es Estados Unidos amigos,
cada capítulo está precedido por un versículo, mientras que el texto, en
contraste, destila el pensamiento animista de Landon, lleno de fantasía pura,
un ser lleno de luz, contador de estrellas, rescatador de caballos inútiles,
capaz de hacer crecer un limonar en cualquier bosque, cuidador infatigable de los
suyos, de la naturaleza y de su huerta. Su huerta, otro símbolo vital, que
representa cómo crece aquello que amas. El huerto como herencia femenina de su
cultura cheroqui. Huerta que se destruye cada vez que hay una tensión familiar,
una vez más la tensión del pasado haciendo de las suyas. Porque el pasado no es
algo que simplemente existió, pues se hereda, al igual que se hereda el color
de la piel y esta herencia familiar, en este caso, es ponzoñosa y tremendamente
cruel.
Tiffany dice que Landon es el barro y Alka, el agua, difícil
combinar estos dos elementos y que salga algo a flote. La madre de Betty es la
plena oscuridad de un pozo negro infinito, en contraste con Landon, que es el
cielo azul que se ve desde el fondo del pozo. La madre ejerce de absoluto
contrapunto de Landon, y baja a Betty de la nube de fantasía construida por su
padre. Pero la baja violentamente, para estrellarla contra la tierra dura sin
contemplaciones, contándole dramas fuera de lugar a una niña de 9 años, matando
a unos gatos simplemente para hacer daño a la niña que los cuida, siendo muy
cruel con una niña que necesita su ayuda y que tan sólo pide un vestido con
alas de cigarra en Halloween para parecer una princesa. Su único acto de
constricción es cuando reconcilia a Betty con su padre al relatar cómo su padre
se sabía las estrellas que lucían las noches en que sus hijos nacieron, para
acabar contándole que la noche que nació ella fue la noche más estrellada de
todas. Por fin un poco de tregua, al menos este guiño nos acerca un poco a una
madre muy poco edificante.
Otro personaje odioso es Leland. Se trata de la perversidad
hecha persona, posesivo, aniquilador, manipulador y retorcido, que consigue
cometer su fechoría sin que Betty le delate. Tan sólo la autora consigue
levantar esa pesada carga a Betty contándonos esta historia, haciendo un
tributo a su madre. Gracias por ese final en el que Betty termina repudiando a
ese ser inmundo. En contraste con Leland, tenemos a la dulce Fraya, la sensible
y cuidadora Fraya, la que se sacrifica por la familia, callando una atrocidad
cometida por un ser vil.
Por otro lado, Flossie es la representación misma de la
sociedad mediocre americana, construyendo su identidad con los tropezones de la
cultura televisiva, como cualquier otro americano medio, con sueños de grandeza
que no se cumplen, principalmente por falta de personalidad. Sin gestos de
generosidad, siempre pensando en sí misma, maltratando a su hermana por su
piel, ni más, ni menos que Ruthis, la vecina rica de los Carpenter, como los
profesores, como los ciudadanos que lanzan sus prejuicios misóginos y racistas
en el periódico de Breathed.
Parece que el arte es capaz de liberar a las almas
atormentadas. Fraya no pudo salvarse cantando, pero Betty pudo superar sus
condiciones vitales escribiendo, enterrando todo lo malo en el quinto pino,
asimilando su identidad como cheroqui, amando a su padre sobre todas las cosas,
enviando a su odioso abuelo las tormentas que le dibujaba su hermano Trustin,
arrancando el alma a Leland sin darle nunca tregua. ¡Bien por Betty!
Este libro es tremendo, un dramón, pero rezuma belleza y
alegría por vivir. Es un libro de superación, de realismo muy doloroso, pero a
la vez está cargado de magia, la magia que rezuma Landon, todo un mito, un
personaje de leyenda, artífice del milagro de Betty. El milagro de la
construcción de una identidad, que no deja de ser como un parto, un parto que
ocupa toda una vida, un parto que en este caso no puede ser indoloro. Tiffany
nos relata esta historia y para ello llega al tuétano, a la medula, al nervio
central, y duele, duele mucho, pero para llegar ahí hay que romper hueso.
Para cerrar esta crónica recibid un montón de buenas noches
de mi parte, todas ellas escritas y guardadas en un bote durante las noches que
hemos compartido este libro.